La decisión del rey

Magistral recreación de los dramáticos acontecimientos sucedidos en Noruega tras la invasión de las tropas de Hitler.

La sucesión de los días, las horas y los escenarios van sumergiendo al espectador en un clima de tensión pausada, pero creciente. Y a pesar del constante movimiento, el público es capaz de sentir el vértigo y la falta de aire de los protagonistas y, en especial, del rey, abocado a tomar una decisión de la que pende más que su prestigio y su papel en la Historia: su vida, la de su familia, sus amados nietos y la de todos los noruegos simbolizados en el joven soldado Seeberg.

El guion cuida con esmero a todos los personajes, ilustrando a los no-noruegos en el comienzo del reinado de Haakon VII, dato, sino imprescindible, sí enriquecedor a la hora de comprender el bagaje vital del monarca y su peso en las cavilaciones. Todo lo hace sin academicismos ni excesos que agoten al espectador.

Entre el devenir de los acontecimientos, más o menos explícitamente violentos, el auténtico drama se encuentra en los dilemas humanos: valentías y miserias que, en el momento de la verdad, revelan la talla moral de cada personaje. Por eso, La decisión del rey huye de maniqueísmos y presenta las sombras de los buenos (sobre todo Olav) y las luces de los malos, como es el caso del embajador alemán Bräuer.

Ambientación, fotografía o paisajes juegan un importante papel para reforzar la trama, su verosimilitud o como metáfora visual de la soledad, oscuridad o frío helador que sienten en su interior los protagonistas.

Una lección, no sé si de historia pero sí de psicología, humanidad y cine de género.

Firma: Esther Rodríguez