3 días para matar

Luc Besson y su productora Europa Corp (“El Hollywood sobre el Sena”, la llaman) continúan presentando estrenos cinematográficos que compitan con las superproducciones estadounidenses. La semana pasada fue Brick Mansions que, como la que nos ocupa, estaba basada en una historia original del mismo Besson.

Se adivina un modo de trabajar concreto: Besson tiene la idea y se rodea de gente sin mucha experiencia (ni el director ni el co-guionista tienen muchos trabajos a sus espaldas) pero eficaces y suponemos que dóciles. El resultado, en este caso, es una película entretenida, divertida, tierna, algo sofisticada y desconcertante en algunos momentos, cargada de adrenalina aunque excesivamente violenta, sobre todo si está pensada, dado el tema afectivo, para un público que incluya a los adolescentes.

Toda la dirección artística está muy cuidada. Desde los títulos de crédito, con pantallas partidas que recuerdan a las películas de espionaje de los 70, hasta el acertado y elegante vestuario de Olivier Beroit, pasando por una música que sabe combinar los diferentes estilos que el film requiere.

Capítulo aparte merece la fotografía. Espléndida y nítida, parece sin embargo que está al servicio de la Oficina de Turismo parisina, ya que casi todos los diálogos en exteriores, qué casualidad, tienen como fondo algún edificio emblemático: el Sacré-Coeur, la Ópera de Garnier, el Louvre y, por supuestos los Elíseos y la Torre Eiffel. Esta artificialidad se percibe también en algunos detalles, muy de Besson, de una sofisticación cercana al erotismo en todo lo que rodea al personaje de Vivi.

Lo más interesante, aparte de la espectacularidad de las escenas de acción, es la carga de humanidad que se pretende tenga la película. Es cierto que los diálogos y secuencias entre padre, madre e hija son bastante previsibles y tópicas (con algún plano de anuncio de colonia masculina algo sonrojante), pero nunca está demás que la importancia de la familia quede manifiesta en las pantalla. La familia de inmigrantes y las gemelas adolescentes del conductor de limusinas, refuerzan también esta presencia humana de una manera, además más sutil y divertida. Por eso, es una pena que acaben engullidos en una descarnada violencia.

Firma: Esther Rodríguez