Ärtico

Gabriel Velázquez recupera a dos de sus personajes de Iceberg para contarnos un sobrio drama sobre esa parte de la sociedad que pasa desapercibida por lo anodino de sus vidas incluso de sus delitos.

Ärtico es una película de contrastes. El tema de la familia vuelve a aparecer, como es habitual en la filmografía de este director y guionista, pero paradójicamente, este añorado entorno familiar se muestra como espacio de soledad o constante foco de disputas y enfrentamientos. La fragilidad de la vida y lo cercana que puede estar siempre la muerte también impacta ya desde las primeras escenas de un modo metafórico con la caza y posterior desplume de los palomos y se mantiene hasta el dramático plano final.

Contrastan también las escenas costumbristas, con cierto sabor a Delibes, yuxtapuestas a elementos más modernos o novedosos como el rugby o el concierto de rock local con canción sobre pepinos asesinos incluida. Esto compone un interesante collage que suponemos tiene la pretensión de abarcar un microcosmos social más cercano y realista.

La sinceridad del director le ha llevado a plasmar estas historias a base de largos y amplios planos con cámara fija, que reflejan perfectamente el paisaje, mientras aparecen en una esquina del campo (o directamente fuera de él) los actores y sus historias. La idea es interesante pero el resultado es un bellísimo álbum de paisajes de Salamanca y Zamora cuyas fotos no acaban de empastar, por utilizar un término operístico, con las vidas que nos cuentan. No hay una utilización narrativa de los escenarios, que se mantienen en un precioso y húmedo otoño, aunque la película nos cuente que están pasando al menos nueve meses.

Todo esto unido a unas bienintencionadas pero pobres actuaciones restan calidad a esta producción de Velázquez al que hay que agradecer, sin embargo, su honradez y valentía.

Firma: Esther Rodríguez