Barcelona

Estamos ante el segundo largometraje del guionista, productor y realizador neoyorquino Whit Stillman, que fue candidato al Oscar de Hollywood en 1991. Siguiendo su original estilo –vanguardista y clásico, a la vez–, al valioso autor de Metropolitan (1990) le ha faltado aquí tino creador.

Su ambiciosa película –que ha captado más la ciudad de ferias y congresos pre-olímpica que la típica gaudiniana– suena un tanto a falsa por acaso sofisticada. El mayor fallo de esta singular comedia romántica es haber hecho interpretar a dos jóvenes norteamericanas personajes enteramente barceloneses: Turhka Bergen (Rebeldes del swing) y Mira Sorvino (Quiz Show), como unas poco creíbles Montserrat y Marta, respectivamente.

En cambio, los dos co-protagonistas de Metropolitan encarnan sus papeles con más espontaneidad. Aun así, la película parece que ha funcionado bastante bien en USA y podrá gustar a los cinéfilos no demasiado exigentes, pues la Barcelona de Stillman tiene algún toque de genialidad que hace confiar en la categoría artística de su joven y prometedor autor. El clima de la Barcelona de principios los 80, cuando había cierta crispación en Europa sobre la política estadounidense –desde los incidentes del estrecho de Hormuz hasta la guerra del Golfo– y desatado la campaña anti-OTAN, tampoco acaba de ser real o reconocible, a no ser por el “cambio” de costumbres que se estaba experimentando en la sociedad representada por las azafatas protagonistas, quienes aparecen en el relato como liberadas –con algún toque erótico corregido por la elipsis– ante los desconcertados “oficial y caballero” norteamericanos.

Dejemos que sea el propio director quien defienda su filme: “Estos dos emisarios del imperialismo americano, comercial y militar, se liarían con dos jóvenes mujeres de Barcelona, aparentemente parecidas, pero con trayectorias opuestas. Fue durante el montaje de Metropolitan cuando empecé a considerar Barcelona (…). Por fin acabé reduciendo la trama, los sucesos y el melodrama, hasta quedarme con aquellos elementos que conocí o sentí a través de mi propia experiencia y la de las personas que conozco bien. Los aspectos de Barcelona y los americanos presentados en la película pueden ser atípicos, selectivos, subjetivos –inevitablemente–, pero, todos ellos son, creo, auténticos”.

Valga recordar que Whit Stillman reside a caballo de Barcelona y Nueva York, pues está casado con una catalana y tienen una hija llamada Montserrat. De ahí que manifestará también: “Nunca he tenido la experiencia de estar en Barcelona como viajero u observador imparcial”. Es obvio, en definitiva, su amor a la Ciudad Condal; y las brillantes imágenes de su Barcelona –interior y exterior– lo expresan con creces, aunque el asimismo catalán Stillman no haya conseguido retratar con precisión las mentalidades y el espíritu de un pueblo.

Firma: Josep Maria Caparrós