Big bad wolves

Publicitada como la película favorita de Tarantino del año 2013, esta carta de presentación es un claro presagio de algunos de sus aspectos. Humor negro, violencia cruel satirizada y caricatura con cierta densidad en los personajes.

La segunda película de Aharon Keshales y Navot Papushado (conocidos por producir el primer título de terror israelí, Kavelet) está marcada, según afirman ambos, por el clima de terror y amenaza que se vive en su país. Semejante contexto justifica o conduce a (para ellos) la creación de un universo fílmico donde la venganza, la corrupción moral y la cuestión del fin legitima los medios están a la orden del día.

Keshales y Papushado perfilan un guión que sabe captar la atención del espectador por la continua ambigüedad de esquinas de tramas y personajes que quedan en suspensión. Ambos manejan con soltura las elipsis, empleadas en los ámbitos relativos a las niñas, aunque no logran aliviar el tono malsano de fondo. Al mismo tiempo, el fuera de campo desaparece en las secuencias de tortura entre adultos, impregnados de un cariz cómico y macabro, aderezado por diálogos triviales e incluso domésticos muy al estilo del director de Reservoir dogs.

Aquí subyace una de las cuestiones éticas que, como mínimo, no hay que obviar, y es si el humor negro y absurdo o esperpéntico puede casar en una trama de investigación y falso/verdadero culpable de violaciones de niñas. En este caso, en el de Big bad wolves, creo que el camino que recorre el film (incluida la simpática broma con el vecino árabe a caballo) no ofrece nada que compense esta rémora u óbice. El suspense se maneja con bastante equilibrio, a pesar de la tensión exagerada, y se plantean las consabidas cuestiones de la venganza personal, pero sin una profundidad o novedad que justifiquen esta extraña e insalubre mezcla con un tema tan grave.

Firma: Lourdes Domingo