Buñuel y la mesa del rey Salomón

Carlos Saura (como director) se lanza con Buñuel y la mesa del rey Salomón a un ambicioso homenaje a su fallecido amigo y director de cine cien años después del nacimiento de Luis Buñuel. Con un reparto interesante y una buena puesta en escena, la película queda, sin embargo, a menudo falta de coherencia narrativa, y no logra retener ininterrumpidamente el interés del espectador a pesar de las imágenes impactantes. Su surrealismo alcanza límites insospechados en momentos como cuando los personajes imaginados por Buñuel para su película discuten entre sí cómo resultar más auténticos. Saura se debate entre lo real y lo onírico, evocando a su admirado Buñuel, que a menudo se inspiraba en sus sueños y pesadillas para elaborar sus películas. En esta retahíla de citas dalinianas, buñuelianas y de García-Lorca podemos atisbar destellos de auténtica genialidad de estos tres artistas. Saura refleja la crítica social que Buñuel ejercía de una forma cruda aunque sincera, basada en sus experiencias de infancia. La película contiene una fuerte carga de simbolismo a menudo complejo y de varias posibles lecturas. Sin embargo, el poco respeto que pudiera mantener el genial director hacia lo religioso se pierde aquí por completo en las burdas alusiones al clero por parte de Saura. La crítica se convierte en grosería gratuita y en alguna escena meramente provocadora.