Ciudad de vida y muerte

Análisis

Primero fue Steven Spielberg, en dos ocasiones, con la innovadora e impactante Salvar al soldado Ryan y su más álgida pieza, La lista de Schindler, que brilla más bien por el patetismo que retrata. Luego vino Roman Polanski, en la misma línea, con su galardonado pianista y la tristeza volvió a prevalecer ante la brutalidad escénica. Y no olvidemos la buena tarea que Terrence Malick llevó a cabo en los años 90, estrenando La delgada línea roja, el mismo año que Spielberg terminó su más grande producto bélico. Ni tampoco el espléndido tándem sobre la batalla de Iwo Jima, con el que Clint Eastwood nos maravilló en 2006. Las últimas décadas de la historia del cine han visto nacer grandes películas del género, hermosas y trágicas, solemnes y brutales. Todas ellas, con la II Guerra Mundial de fondo, dejaron mella en el espectador.

Ahora le llega el turno al director chino Lu Chuan, que acaba de firmar Ciudad de vida y muerte. Una gran película, a caballo entre la ficción y la reconstrucción histórica, que se centra en la Masacre de Nanking, cuando las tropas japonesas penetraron en la entonces capital de China y cometieron una de las mayores atrocidades de la historia de la humanidad.

Tras documentarse exhaustivamente a base de diarios de soldados y cartas de familiares, Chuan presenta esta brutal propuesta, que parece unirse al selecto grupo de cine de guerra. Empero, hay algo en ella que la distancia favorablemente de cualquier título bélico norteamericano. No es el tema que trata, tampoco sus valiosas interpretaciones, sino el modo en que nos cuenta la historia y la objetiva perspectiva que toma al respecto.

Desde la agitada batalla inicial, en la que el ejército nipón se adentra en la ciudad, hasta aquellas escenas en que la película se torna intensamente melodramática, son múltiples las líneas paralelas que uno puede fijar entre ésta y las producciones de Occidente. Pero nada de eso le impide erguirse como una original pieza, nada mimética, que regresa al pasado del país del que procede, desde el punto de vista de ambos bandos del conflicto, a los que otorga parecido protagonismo.

A diferencia de los filmes antes citados, la trama adopta así una forma valiosamente híbrida, que abarca la perspectiva, por un lado, de algunos soldados del ejército nipón y, por otro, de diversos habitantes de Nanking. Ambos grupos, muy bien interpretados por un reparto coral, incluyen personajes de suma riqueza interior, con retratos psicológicos muy distintos, que se irán entrelazando a lo largo de la historia, de suerte que la película adquirirá una visión global más compleja, más realista. Chuan se mueve así de lo concreto a lo global, de la persona al conjunto coral, perfilando las dos caras de una misma guerra. En este sentido, el díptico de Eastwood comparte con el film una visión dual muy parecida. Eso sí, Chuan ha sido capaz de resumir las dos partes en un mismo producto, nada denso en su procedimiento.

Conviene destacar que la tarea de filmar esta película no resultó nada fácil para el director. Antes de realizarla, su guión tenía que pasar la aprobación de una censura cinematográfica. Según afirmó Chuan en una entrevista, sin embargo, el criterio de ésta “no es totalmente inflexible” y cede ante una propuesta bien argumentada. De modo que tuvo que convencer a los censores de que el trabajo que tenía entre manos era realmente bueno: una historia que no se limitaba a proporcionar mero goce al espectador, sino que denunciaba visualmente hechos históricos, a partir de un relato bellamente trágico, capaz de arrebatarle a uno los sentimientos. Además, la película contaría con una imagen del enemigo pocas veces vista en los filmes de Occidente, a excepción –claro está– del grandísimo retrato que Bruno Ganz hizo de Hitler en El hundimiento de Oliver Hirschbiegel.

Ciudad de vida y muerte es una obra genuina en sus formas y muy bien contextualizada, que va situando históricamente al espectador mediante la aparición en pantalla de elementos del pasado, como fotos, cartas y otros objetos. Esta particular sucesión rítmica, sumado al blanco y negro en que se ha filmado la película, contribuye a dar mayor seriedad al asunto que trata, de un modo parecido a cómo Haneke firmó su reciente y más premiada obra: La cinta blanca. A su vez, esta falta de cromatismo es capaz de teñir el film con una atmósfera de reportaje de época que, pese a la evidente presencia de los códigos del cine dramático, nos trasladará al lugar de los hechos, convirtiéndonos en un soldado más entre las murallas de Nanking.

También es importante señalar que este film no es en absoluto dicotómico, pues demuestra complejidad en su cuidado reparto. Las crueles tropas japonesas, que encarnan al enemigo, no sólo exudan maldad. Si bien el abuso y la violencia se apoderan del alma de cada soldado nipón, también habrá momentos de arrepentimiento y redención, aunque sólo sea uno el que manifieste tales sentimientos. Y lo mismo sucede en el otro bando, en que alguno de los refugiados traicionará a su propio pueblo. En cualquier caso, la gama de grises que ofrece la película no es escasa y contribuye a enriquecer esta compleja visión del conflicto, que nos muestra la guerra tal y como es: un espacio donde nada es maniqueo y cualquiera es capaz de faltar a la moral y a la ética, independientemente del equipo al que pertenezca.

Del mismo modo, el film de Chuan consigue lo más difícil: huir de los prismas políticos e innecesariamente patrióticos, ofreciendo un producto que, aún así, lleva tatuado las cantidades justas de exaltación nacional. Hay escenas en las que este sentimiento compartido se hace evidente, que no exacerbado. Paradigmática es, en este sentido, la escena en que asistimos a una fervorosa procesión ritual por parte del cuadriculado ejército nipón, pero también escucharemos los últimos gritos de la resistencia de Nanking, justo antes de ser acribillada en masa. Con esto, el director chino ha elegido los mejores momentos de la trama para dar rienda suelta a un nacionalismo muy bien encajado y, a la vez, muy distinto al modo en que Spielberg abrió y cerró Salvar al soldado Ryan, con aquellas escenas que muchos criticaron de “innecesariamente patrióticas”.

Y paradójicamente es con este buen cine bélico que la película de Chuan se identifica. A simple vista, su nuevo film muestra cierto parentesco con la filmografía de Spielberg. Sobre todo, por los primeros minutos de metraje, que nos sumergen en las frías aguas del cine histórico. Un cine con escenas de abrumador hiperrealismo, éste que nos traslada a primera línea de fuego, de un modo muy parecido a cómo el director estadounidense desembarcó nuestros sentidos en la costa de Normandía. Claro que, esta vez, Chuan presenta un producto mucho menos efectista, pero igualmente explícito, que por su toque frío y pesimista se entrelaza con La lista de Schindler.

La cámara juega aquí un papel importantísimo, captando la acción con un prisma concreto, muy cercano al personaje, que bien busca en el interior del incompasivo invasor, como en el del inocente. Por ello, Chuan sólo acudirá a los grandes planos cuando lo que busca es abrumar al público por medio de abominables ejecuciones en masa. Cruentas escenas que abren todavía más la herida de la indignación en el espectador, de tal modo que la película adopta forma de dardo crítico antibelicista, mientras rinde homenaje a las 300.000 víctimas ejecutadas a sangre fría en Nanking.

A pesar de ello, no es sólo muerte y desesperación lo que encontramos en esta película. Es salvaje, a veces caótica, pero curiosamente también comparte raíces con el cine del maestro Kurosawa, en el sentido que, al final del oscuro camino por el que andan los personajes, siempre hay un destello de luz, por tenue que sea, capaz de revitalizar la película contrastando la angustia con la felicidad, la tormenta con la calma y la paz.

La escena final, en la que muchos no podrán evitar soltar alguna lágrima, representa de pleno esta idea que, en el caso del pueblo chino, se traduce como esperanza. Los habitantes de Nanking se enfrentan a las duras consecuencias de la guerra, pero nada les impide tratar de seguir adelante, con la valentía intacta, ofreciendo sonrisas a sus coetáneos en la más crítica de las situaciones. De aquí, que Chuan haya titulado así su nueva película: Ciudad de muerte, porque Nanking sufrió una de las peores atrocidades de la historia, pero también de vida, ya que, en medio del caos y la oscuridad, siempre hay lugar para la esperanza y la alegría, por efímeras que sean.

También cabe hacer especial mención del compositor de la banda sonora, Liu Tong, que acaba de pulir esta obra maestra del cine oriental. Dentro del retrato a dos caras dibujado por Chuan, Tong compone melodías muy distintas, enfrentadas entre sí. Por un lado, gracias a las notas de un piano o violín, la película retrata con mayor intensidad al castigado pueblo chino, con escenas de sutil hermosura, que probablemente nos traigan ecos de la música que sonaba en los campos de exterminio retratados por Spielberg. Por otro lado, el estruendo de los tambores se apodera de la pantalla cuando la historia se centra en el bando japonés. La música se mueve entonces al compás del verdugo y, en otra escena, sencillamente asistimos a una enarbolada demostración de poder y patriotismo –nada innecesario– que nos habla de un Japón hambriento de nuevos territorios, que quería expandirse en detrimento de sus pueblos vecinos.

Todo ello, al margen del subjetivismo político, da lugar a una película crítica y desgarradora, que tensa al espectador en las escenas bélicas y le arrebata el corazón en las melodramáticas. Un film que, pese a su alto grado de tragedia y muerte, sabe compensar la indignación con una leve pincelada de alegría, culminando así todo el producto. Ciudad de vida y muerte es una apuesta única dentro del género al que pertenece, que halla su magnificencia reconstruyendo la historia desde esta visión genuina y brillante, objetiva y didáctica, bella y espantosa, memorable… y necesaria. Tremendamente necesaria.

Firma: Carles Martinez Agenjo

ficha técnica

Director: Lu Chuan

Guionistas: Lu Chuan

Intérpretes: Fan Wei, Gao Yuanyuan, Hideo Nakaizumi, Jiang Yiyan, John Paisley, Kohata Ryu, Liu Ye, Qin Lan

Género: Drama

País: China

Fecha estreno: 09/04/2010

Lenguaje: Coloquial

Público

+16 años

Valoración

Contenido

Humor

Acción

Violencia

Sexo

Año 1937. Guerra chino-japonesa. En su avance por territorio chino, las tropas niponas llegan hasta Nanking, la capital, donde cometen toda clase de atrocidades. La historia sigue el destino de varios personajes, unos ficticios y otros reales.

Título original: City of life and death

País: China

Duración: 135'

Fecha producción: 2009

Distribuidora: Karma Films

Color: B/N

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies
Twittear
Pin
Compartir