Una relación abierta

Que las relaciones humanas, en especial el amor, el sexo y la familia, con sus formatos hetero y homosexual, son una fuente inagotable de historias que llevar al cine, está más que demostrado. Que dichas relaciones, con la carga de implicación personal que tienen, se utilicen como pretexto para elaborar una película pretenciosa y snob ya no tiene un pase tan claro.

Brian Crano, en su segundo largometraje, opta por realizar un film de cierto aire indie, con largas conversaciones por las calles de Nueva York, personajes con oficios alternativos, mucho restaurante caro, mucha canción de cantautor y un encorsetado tono elitista que contrasta con la provocación alternativa que parece pretender con su caótico guion.

Crano lanza a sus protagonistas a un juego sin sentido, que acaba dando vueltas sobre sí mismo y que impide que conozcamos a los jugadores que o son caricaturas tópicas o tienen tantos ángulos y complejidades que su descripción resulta por fuerza irreal y chapucera.

Sus problemas emocionales, disparados por el primer gran sinsentido, solo consiguen exasperar y hacer demasiado largo un relato que, en realidad, apenas alcanza la hora y media. Que sea Will, interpretado Dan Stevens, el único que sale medianamente airoso de la refriega es un dato en sí mismo del poco acierto del realizador.

Si realmente quería mostrar lo difícil que hacemos a veces las cosas los humanos, debería haber planeado un programa de buceo para sumergirse con mayor calado en los problemas de verdad y buscar la profundidad que el tema se merece. Con esta superficialidad cargada de esnobismo con la que se ha aproximado al asunto, cualquier persona de a pie podría darle la solución: el amor es incompatible con pensar siempre en uno mismo. Pero me temo, que realmente, la solución le daba igual.

Firma: Esther Rodríguez