Todo el dinero del mundo

David Scarpa (La última fortaleza, Ultimátum a la Tierra) se hace cargo de un hecho real para convertirlo en un material dramático consistente y con claros tintes de tragedia clásica. El linaje petrolero Getty ha estado marcado por ese tipo de infortunio que con tanta facilidad puede asociarse a los efectos nocivos del dinero.

Esta versión cinematográfica aunque añade y cambia algunos aspectos (y avisa sobre ello) mantiene una cadena de acontecimientos perfectamente reconocible para los que fueron contemporáneos en esos años 70.

Scarpa logra que, sin ser mostrado, el petróleo tenga ese efecto invisible de mancha que se extiende como desgracia y que, como sombra, oscurece los ánimos de sus protagonistas y ofusca con evidencia el alma del patriarca, terroríficamente encarnado en su frialdad por Christopher Plummer.

La trama logra que el espectador se adapte a su ritmo, a veces más veloz materialmente y, otras de forma más impalpable. Y, a pesar de algunas forzadas coincidencias (sobre todo al final) que refuerzan el tono operístico y de fatalidad inevitable, el guion embala perfectamente los ídolos de una época (también en una detallista ambientación) y, muy pegado a ellos, la decadencia que suponen. Esto, enmarcado en esa Roma plomiza de antigüedades y en esos parajes rurales dominados por la mafia, hacen aún más decrépita y patética la avaricia que a algunos personajes.

La presencia de un director como Ridley Scott –capaz de rodar un microconflicto en el interior de un coche o la gestión de una llamada telefónica con intensidad y gancho– aporta mucho a la atmósfera visual y narrativa.

Sin duda, lo que uno se lleva del clima que deja Todo el dinero del mundo (además de los esfuerzos interpretativos de Michelle Williams, Mark Wahlberg y Christopher Plummer) es esa sensación de asco y desazón que provoca, justamente, el dinero. Esa combinación de posesión, avaricia y pequeñez en una sola persona y sus gestos logra encarnar a un villano que asusta más que cualquier antagonista de un film de terror.

Firma: Lourdes Domingo