Drácula, la leyenda jamás contada

Bram Stoker se inspiró en un personaje histórico para escribir su consagrada novela Drácula en 1897. Vald III de Valaquia (al sur de la Rumanía actual) tenía como sobrenombre el Empalador y logró dominar y retener, en su territorio, la invasión otomana que dominaba Europa a mitad del siglo XV. Stoker mezcló vida y fantasía para elaborar una leyenda, sobre la cual, ahora, Matt Sazama y Burk Sharpless nos contarán aspectos jamás revelados, según el título del film.

Ambos guionistas están ante su primer largometraje, como Gary Shore que, hasta el momento, ha sido un publicista bastante reputado. En su planteamiento, ofrecen el origen de la saga -algo que ya hemos visto en otras franquicias vinculadas al cómic-, así como un tono melodramático y de buscado romanticismo lírico, que tiene que conjugar con la faceta épica y virulenta del guión. En esta amalgama de tonos y tipos de conflicto, la estructura no sale muy afectada pero sí la cercanía con la faceta dramática y humana de este Drácula.

Las batallas, las figuraciones fantásticas (como las bandadas de murciélagos) o las transformaciones de rostro y piel tienen su propia personalidad y singularidad, en muchos momentos incluso cercana al universo del cómic o novela gráfica, también en su montaje y realización. Sin embargo, la faceta más intimista de la historia -esta dialéctica entre tinieblas y luz, mal y bien o reino y familia- no adquiere la solemnidad y profundidad querida, a pesar de que se intenta quizá con demasiada explicitud en las réplicas de sus protagonistas.

Con todo, para el espectador que no acostumbre a perderse ninguna propuesta de este calibre fantástico, mítico y épico, Drácula, la leyenda jamás contada es un entretenimiento que, al menos, sabe ajustarse a unos aceptables 90 minutos sin querer estirar más el brazo que la manga.



Firma: Lourdes Domingo