El Apóstol

El Apóstol es la última obra de la joven realizadora francesa Cheyenne Carron. Su trabajo se inserta de lleno en ese género costumbrista tan europeo (y oriental, y cinematográfico…) que sigue dando en los últimos años películas tan bellas e impactantes como Le Havre, Las nieves del Kilimanjaro, la reciente Retratos de familia o la versión que hizo Yamada de los Cuentos de Tokyo de Ozu. En ellas, el relato pausado y cercano de las vidas de la gente de a pie revela la fuerza interior de unos personajes no por cotidianos menos admirables.

El interés de este último film es que el drama que subyace detrás de las escenas de comidas familiares, charlas entre hermanos o recados al supermercado, es la conversión de un joven musulmán al cristianismo.
Los conflictos que este hecho le genera se narran con el mismo tono calmado y normal con el que se muestran los otros aspectos de su vida. Sorprende en El Apóstol que nada en la historia de Akim resulte extraordinario, radical o fuera de lo corriente; tentación a la que, teniendo en cuenta el tema, hubiese sido fácil sucumbir. Pero Carron quiere contar una historia de gente normal, una conversión muy parecida a la suya propia y tejida con los testimonios de otros «apóstatas» del Islam. Contar, en definitiva, un fenómeno, quizá no muy extendido pero sí de una clara intensidad humana y que se da silenciosamente entre nosotros.

En coherencia con su planteamiento, la directora y guionista ha realizado un sobrio trabajo con una planificación sencilla y limpia que ayude a transmitir la verdad de sus personajes, perfectamente interpretados por un elenco más que correcto. La cámara en mano en algunos momentos y los planos cercanos de la familia de Akim en la cocina o en sus habitaciones contribuyen a que el espectador se familiarice aún más con los distintos protagonistas de este drama.

Ciertamente se echa en falta algún elemento que dinamice la narración, excesivamente lineal, y que produce cierto hastío en la segunda mitad del film al que, por otra parte, le sobra metraje. Pero la película se ve con agrado hasta el final.

La sinceridad del planteamiento de Carron sabe sacar lo mejor de todas las personas, tanto de las musulmanas como las cristianas. Apoyada sólidamente en la familia, cuyos integrantes están retratados con finura y amable comprensión, huye de radicalismos y posturas maniqueas y exalta el amor como base lógica para la tolerancia, la convivencia y el perdón.

Firma: Esther Rodríguez