El francotirador

Algunas encuestas hablan de que El francotirador es la candidata favorita a los Oscar por parte del público norteamericano. Sin duda, en su argumento se aúnan constantes de su narrativa contemporánea que hacen comprensible la empatía del espectador: la figura del padre dominante o ausente, la definición del tipo de masculinidad que necesita su sociedad y el 11S-Irak.

La idea de vehicular todos estos elementos a través de un singular hecho real era algo bastante atractivo, sobre todo si te dicen que Clint Eastwood estará detrás de la cámara. De hecho, el propio Chris Kyle escribió un libro de sus experiencias, junto a dos autores vinculados al mundo militar, que fue aprovechado como principal referente del guión. Sin embargo, el libreto de Jason Hill (conocido por los prescindibles guiones de El poder del dinero y American playboy) derriba toda esperanza de ver algo sugerente en la pantalla.

American sniper arranca con una atropellada secuencia de saltos al pasado, donde se deja visto para sentencia al personaje a través de su infancia y juventud. Todo es evidente y narrado con recursos visuales de telefilm de sobremesa, algo que sobrecoge al que permanece en la butaca aguardando algún destello de Clint. No sucede. Tampoco sucede en el episodio romántico-familiar. Y es que así, como una cadena de episodios enganchados, se percibe casi la mitad de la película, incluidas las primeras secuencias en Faluya: una sucesión de capítulos que suman minutos pero no dramatismo.

Aunque después de la entrada del “carnicero” y la némesis irakí del francotirador la cosa se enmienda en lo que respecta al suspense y a cierta inmersión más seria en el conflicto, las tramas siguen computando acción pero no introspección ni psicológica, ni política ni social.

El film de Eastwood es más descriptivo que analítico y eso se perdona a otros directores, pero no a un cineasta de su talla y carrera. Han pasado más de 13 años desde el 11 de septiembre y han pasado ya más de 30 películas sobre esta cuestión para que la siguiente tenga que justificarse. Hay un halo de ambigüedad que parece más resultado de su estilo obvio y plano que de un cálculo intelectual.

Panorámico en sus formas y terapéutico en su intento, así es este relato de El francotirador. Mientras el público europeo quizá extraña un discurso más arriesgado y complejo sobre algo de tal calado moral, también debería(mos) ser conscientes que algunos fenómenos sólo se comprenden desde una silla más cercana; la silla de los espectadores de las citadas encuestas.

Firma: Lourdes Domingo