El Hobbit: la batalla de los cinco ejércitos

Última entrega de la saga El Hobbit, y quizás también de toda la colección de la Tierra Media. A estas alturas hemos asumido cierta libertad creativa con respecto al libro y de cara al marketing, lo cual se traduce en que los guionistas han añadido varias tramas y personajes, sobre todo de El Señor de los Anillos. El juicio sobre estas películas no debe partir, así pues, de su fidelidad hacia la obra que dice adaptar, sino que es mucho más enriquecedor valorar El Hobbit como una trilogía de cine fantástico pensado para entretener y deleitar. 

De poco serviría remarcar una vez más la sublime dirección artística, la impresionante banda sonora de Howard Shore o los efectos especiales (que se lucen de un modo extraordinario en la secuencia de Smaug atacando la Ciudad del Lago). En este sentido, la película no decepciona, pues está en la línea de las anteriores. También en los fallos; algunas escenas se alargan sin más necesidad que abarcar minutaje y, entre otras, se repite decenas de veces la acción de «amigo que salva a amigo de morir a manos del enemigo justo un segundo antes de que éste le aseste un golpe letal». Y tampoco las águilas han rescindido su contrato de aparición obligatoria. 

Aún así, si por algo merece la pena embarcarse en una producción de este calibre es por llegar a acariciar de modo pedagógico a los dos entes que subyacen en toda buena historia: el Bien y el Mal. Aquí, por ejemplo, se nos habla una vez más de la facilidad de corrupción del corazón humano, en este caso de Thorin, cegado por sus ansias de poder. «Antes eras el Rey, pero ahora, con esa corona en la cabeza, no te reconozco». Por suerte, en Bilbo encontramos la sencillez de un hombre que añora su hogar y no tiene mayor ambición que proteger a la Compañía y regresar sano y salvo. Por ello, uno de los diálogos más bonitos remarca que «si todos los hombres amaran así su hogar y no tanto su oro acumulado, el mundo sería un lugar más feliz». 

El segundo valor a destacar es el del amor, en este caso traducido en la fidelidad a un destino común (sea el de la raza, la dinastía, la misión), el sacrificio cuyo exponente es entregar la vida por los amigos y, en menor término, el amor imposible que crece entre Lauriel y Bardo, cuya veracidad consigue también ensanchar la mirada del obstinado elfo Thranduil.

De este modo, volvemos a estar ante una de esas películas que, si bien cuestionable en varios aspectos, nos ofrece, el impagable momento de salir de la sala con la emoción a flor de piel, ganas de regresar al hogar y el deseo vivo de que la vida sea una aventura grande, en la modalidad en la que nos toque vivirla. ¿Qué más se le puede pedir?

Firma: Josemaria Anglès