El hombre que conocía el infinito

Con la biografía de Robert Kanigel como material de arranque, Matt Brown firma su segunda película, en la que traza una semblanza de tipo descriptiva de Ramanujan.

El guion recoge la batalla personal y profesional del joven científico (su añoranza por lo que ha dejado en Madrás y su autoestima como descubridor), pero también presenta la dialéctica entre dos modos de entender el estudio de los números: la intuitiva y enamorada de la forma y la sistemática y plegada a la comprobación.

Todos estos aspectos, junto al no menos interesante de si “toda ecuación es expresión de un pensamiento divino”, se despliegan en unas tramas que proclaman continuamente las emociones que deben suscitar en el espectador, de modo que a este le queda tan poco trabajo por hacer que es casi incapaz de implicarse en la historia.

En esto reside el problema del film: su paseo apresurado por sentimientos y hallazgos, apuros y resoluciones. El hombre que conocía el infinito se introduce en la matemática sin llegar a adentrarse de lleno en teoremas y explicaciones. Por eso, se nota que es un título pensado incluso para el público lego en la materia, donde se hace más hincapié en la superación de barreras y prejuicios sociales y culturales.

Con todo, como aproximación a una figura clave de la lógica matemática del siglo XX y como ocasión de ver, de nuevo, de lo que es capaz de hacer Jeremy Irons con tan poco engranaje narrativo, es una aventura que vale la pena.

Firma: Lourdes Domingo