El libro de la vida

Creativa y pintoresca, la producción de Guillermo del Toro es una explosión de imaginación, de color, de música y de humor. El “libro de la vida” es el continente de este relato fantástico, que no deja de ser un enfoque distinto de los grandes mitos del cine infantil: el eterno dilema entre el “proyecto” al que se está predestinado y el “corazón” que late por algo totalmente opuesto, entre contentar a la familia o decepcionarla, con el duro precio de la propia felicidad. Todo enmarcado en un mundo fantástico, dividido también entre el mundo de los vivos (los recordados) y el de los muertos (los olvidados), en el día de Halloween.

La estética es algo recargada; los personajes, además de no seguir un único patrón físico, llevan ropas y atributos muy densos, con calaveras, corazones y medallas, y a veces el espectador se encontrará con que no sabe muy bien a qué parte de la pantalla mirar. Esta estética barroca puede no gustar o resultar excesiva, pero como mínimo hay que apreciar el arduo trabajo del que sin duda es fruto.

Con un peculiar sentido del humor, la película patina en alguna crítica demasiado infantil por lo explícita, como su rabieta contra el mundo taurino o su mazazo al machismo (superado en Europa, teóricamente), aunque sí es loable, por ejemplo, su enfoque totalmente desenfadado del tema (cada vez más tabú) de la muerte.

Personajes estrafalarios y mundos mitológicos se dan cita en una producción de animación familiar algo distinta de las de Disney, aunque el «mundo de los muertos”, gobernado por un chalado tramposo, guarda cierto parecido con el hades de Hércules.

Además, México es un país de enorme personalidad cultural, y El libro de la vida no se ahorra explotar semejante mina de imágenes reconocibles: excesiva alegría de los ciudadanos, mariachis, sombreros y mucho colorido.

Con banda sonora original, tanto alegre como melancólica, en la que no faltan mariachis y una versión de I will wait (Mumford & Sons), este film arrancará unas cuantas sonrisas a adultos y niños, aunque estos últimos quizás no lleguen a seguir el hilo de la historia de un modo claro e inequívoco.

Firma: Josepmaria Anglès