El país del miedo

El país del miedo debería llamarse mejor El país de la mentira, ya que este título se ajusta mucho más al tema central de la película, o al menos a lo que el público percibe que el film quiere contarle. Porque el principal problema de esta obra es que no acaba de rematar ninguno de los temas que inicia, en especial el del miedo –que se plantea desde el inicio con el tema de las puertas de seguridad– planea en algunas escenas, en especial las del ritual nocturno de comprobación, para terminar diluyéndose con la misma facilidad con la que desaparece al encenderse una luz.

Tampoco acaba de encontrar su sitio el tema bullying, ni el de la crisis, ni el de las difíciles relaciones con los cuñados ni el sempiterno callejón sin salida que es la burocracia estatal.

Por el contrario, queda palpable y está presente en todo el metraje, cómo la mentira, la ocultación o la falta de sinceridad no hacen sino agrandar los problemas, enfrentar a las personas y abocarlas a realizar acciones que luego lamentarán y que podrían haberse evitado contando las cosas a la primera. Esa descripción de la ruina a la que lleva la mentira es prácticamente lo único destacable de este film que, por otra parte, está bien interpretado y ambientado.

A pesar de las buenas intenciones y de, como ya he comentado, una correcta realización técnica y visual, el peso de este guion inconsistente y poco definido acaba arrastrando hacia abajo este proyecto.

Firma: Esther Rodríguez