Jappeloup. De padre a hijo

Esta película narra una historia real. Tanto Pierre Durand, el jinete, como el caballo Jappeloup existieron (y existen) y es fácil encontrar los vídeos de su participación en distintas competiciones y en especial las de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles y de Seúl.

Al tratarse, por tanto, de un biopic, con su consiguiente carga dramática, el equipo artístico tiene poco donde innovar y tanto el director Duguay, como el guionista Canet (quién también interpreta a Durand) firman un trabajo correcto, sin grandes sorpresas, pero con suficientes aciertos como para dejar que la película se vea con interés.

La narración no constituye una carrera hacia el éxito, como puede ser habitual en estas producciones, sino que discurre con bastantes más altibajos, de un modo más cercano a la vida misma. Eso permite que la incertidumbre en cada competición esté garantizada y las tensiones que los distintos resultados provocan en los personajes enriquezcan algo la película. Si a esto añadimos un acertado control de la planificación y los tiempos durante los saltos del caballo, logramos que este film no sea atractivo sólo para los amantes de la equitación sino que también pueda entretener (no creo que emocionar) a un público más amplio.

Es fácil, por otra parte, que todos empaticemos con los distintos personajes. Van saliendo temas como el amor entre padres e hijos, la responsabilidad, el egoísmo como factor de desunión, la cobardía de culpar a los demás de nuestros errores y otras reflexiones que de un modo sobrio, sin sentimentalismos, pero ciertamente previsible, le dan un aire muy humano a esta película.

La ambientación está muy cuidada y los quince años que acompañamos a los protagonistas se reflejan fácilmente en el atuendo, el atrezzo o la música diegética (que nos hace pasar de Cat Stevens a George Michael, aunque esto solo lo apreciemos los espectadores de cierta edad).

Firma: Esther Rodríguez