Katmandú, un espejo en el cielo

Icíar Bollaín ofrece una de las filmografías españolas que mejor saben aunar inquietud social y humana con un pulso dramático y una realización convincentes; aunque es cierto que la influencia de Paul Laverty, marido y compañero de escritura en alguna película como la brillante También la lluvia o la presente Katmandú, acentúa algún maniqueísmo ideológico que resta sinceridad al retrato de carácter auténtico que pretenden sus películas.

La directora de Flores de otro mundo o Te doy mis ojos ha escogido esta vez una historia real en la que se inspira con bastante libertad. Victòria Subirana, autora del autobiográfico libro Una maestra en Katmandú, cogió el portante en 1988 para acabar en Nepal donde dio un giro radical en su vida, similar al que refleja el film de Bollaín.

Quizá demasiado cautivada por la intensidad de esta experiencia, la directora y guionista madrileña elabora un guión repleto de buenísimas intenciones, y por eso de personajes bondadosos y afables en choque con otros retorcidos y malvados. Es ahí donde, precisamente, pierde garra y profundidad el guión, además de en una fallida estructura entre pasado (débil) y presente (predominante). Bollaín no hilvana bien los tiempos, pues los flashbacks son abruptos y revelan con excesiva evidencia su sentido dramático y temático.

Lo que era algo fresco y sólido en Mataharis o También la lluvia, en cuanto a la dialéctica entre tramas y personajes, y lo que en ellas había de sincero, hondo y portador de un realismo positivo, en Katmandú se echa en falta. Con todo, la película no deja de ser una denuncia de una violación de derechos humanos sistemática que sigue dándose y para lo que nunca está de más concienciarse, concienciar y actuar. Y así lo hace Bollaín y su equipo.

Firma: Lourdes Domingo