La cumbre escarlata

Guillermo del Toro, director de El laberinto del fauno y productor de títulos como El orfanato y Mamá, dirige y firma este thriller romántico, más que de terror, género que no retomaba desde El espinazo del diablo (2001).

Del Toro hizo construir la casa donde transcurre buena parte de la acción, ya que no es propenso a los efectos especiales. Así, la puesta en escena está muy trabajada: la ambientación al estilo gótico y costumbrista, la fotografía y el vestuario crean un halo sobrecogedor al principio. La música de Fernando Velázquez acaba de apuntalar la película con maestría.

El uso de los colores es muy acertado. Estos visten a cada personaje, con tonos cálidos a Edith y oscuros a los hermanos Sharp. En cuanto llegamos a la lúgubre mansión el escarlata se vuelve omnipresente, vivamente efectivo en contraste con la nieve y la blanca tez de los protagonistas.

Todas las interpretaciones son muy buenas, la del dúo principal especialmente, con Mia Wasikowska y un vampírico Tom Hiddleston, ambas elecciones muy atinadas. Quizás más que las iniciales con Benedict Cumberbatch y Emma Stone.

La historia está bien narrada, pero los personajes son algo planos y ni la trama ni el final son lo suficientemente consistentes. Se va revelando la verdad a través de los casuales descubrimientos que hace la curiosa y valiente Edith.

Además, los sustos son previsibles y no están a la altura de lo que podría ser un magnífico cuento de terror. Se rompe un poco con el cliché de fantasma clásico. Más que fantasmas, hay alguna calavera, y… vista una, vistas todas.

La cumbre escarlata no es más que un trágico –y a veces violento– romance sobre el amor apasionado y el obsesivo, que lleva a la locura; presentado como una entretenida película de miedo.

Firma: Begoña Arribas