La isla mínima

Con esta película, Alberto Rodríguez afianza su trayectoria como director que tiene algo que aportar dentro del thriller anclado en temas sociales. Con Rafael Cobos como compañero de escritura, en la que es su cuarta colaboración, el director de la aplaudida Grupo 7 se mantiene pegado al sur que le vio nacer.

Sin duda, es el espacio, la geografía física, la que marca muchos de los aspectos del film: desde el mismo enredo argumental (con recovecos, meandros y aspectos soterrados), pasando por la geografía humana (una caracterización de personajes teñida por los detalles y la aflicción), hasta una atmósfera de conjunto y una puesta en escena que logran embarcar al espectador en un viaje, con algo de hipnótico, en el que no hay mucho ajetreo exterior pero sí tribulación en el interior.

El director sevillano emplea una investigación criminal, de estructura bastante clásica y sin grandes novedades en las estrategias, para dibujar parcialmente una España en Transición, en la que los movimientos sindicales incipientes convivían con visiones inmovilistas, tentativas de olvido y superación del pasado, en medio de una crisis económica enfatizada en el entorno rural.

También desde el convencional punto de partida de dos policías bien distintos en ideología, metodología y estilo de vida, La isla mínima consigue un estilo propio gracias a la coherente puesta en escena y fotografía de Rodríguez. Planos cenitales que acentúan la sensación de laberinto existencial, contención sonora en los momentos climáticos, iluminación con anaranjados apagados y verdes atenuados cercana a los clichés fotográficos de los 80, perfilan una película singular y diferenciada.

Además, la cámara de este cineasta se mueve con el ritmo interno apropiado a cada secuencia: se acerca y se para con decoro en unas tramas turbias en las que el montaje elíptico, implícito y sugerente incide más en la implicación del espectador que si se hubiera optado por una efectista escenificación de la sigilosamente revuelta comunidad que dibuja.

Rodríguez y Cobos regalan unos seres humanos frágiles a unos actores sólidos que hacen comprensible la tristeza que les envuelve, curiosamente, gracias a una narración que revela en píldoras las complicaciones de un mundo y de sus habitantes plegados sobre sí mismos. De hecho, no hay mucha esperanza en La isla mínima, aunque se protege una pequeña rendija que permite reforzar su vertiente realista.

A pesar de todas las destrezas, el guión se cierra con algunas revelaciones apresuradas, sobre todo en la intriga secundaria, que descompensan el mesurado estilo de desarrollar las tramas. No obstante, quien busque un enigma por resolver en un ambiente magnético puede irse a la isla de Alberto Rodríguez.

Firma: Lourdes Domingo