La jaula de oro

Diego Quemada-Díez nació en España pero lleva casi 20 años por América, donde ha rodado su primer largometraje como director. Sin embargo, antes había colaborado con otros directores como Ken Loach, Fernando Meirelles, González Iñárritu o Isabel Coixet.

El tono documental tiñe casi toda la película; desde la estructuración de la trama, alejada de unos puntos de inflexión proporcionales y previsibles, pasando por la interpretación naturalista e improvisada de los actores no profesionales, hasta la escenografía y las diversas pruebas que enmarca el trayecto de los protagonistas, basadas en los cientos de testimonios que entrevistó el equipo del film.

Sin embargo, Quedama-Díez, a la vez que decide no abusar de la crueldad gráfica, enmarca este terrible cuento a lo Hansel y Grettel en varios vértices cargados de lirismo realista –cuando los jóvenes ven y acarician la naturaleza- y más onírico –en las nevadas imposibles con las que sueña Chauk-, y en tan sólo unas contadas secuencias con música.

El film, rodado íntegramente en Guatemala y México, supone una certera visualización de ese eterno sueño americano, en el que la meta ansiada se convierte, en realidad, en una pesadilla. En este sentido, el director y guionista ofrece unas sencillas pero simbólicas imágenes como la cómica sesión de fotos con fondo yankee o la verja frente a la fábrica con bandera norteamericana, tan cercana al icono carcelario; por no desvelar, la secuencia final aún más paradigmática.

Como road movie, La jaula de oro es impecable. Articula con belleza y coherencia los temas del viaje interior y exterior, tan bien narrados a través del viejo ferrocarril. Al mismo tiempo, no abandona, como se ha dicho antes, la evidente denuncia de un cúmulo de injustas circunstancias: la miseria en la que viven miles de niños en esa zona, las precoces decisiones que deben adoptar sobre su destino a tan pronta edad, la corrupción y brutalidad de algunas fuerzas del orden (que roban lo poco que tienen los migrantes) así como los abusos criminales de bandas y guerrillas. Eso sí, todo eso bañado por la sincera solidaridad de la gente de campo y los misioneros, que actúa como esporádico bálsamo de una tensión que adquiere, incluso, en unos cuantos momentos, la tensión de un thriller.

La credibilidad y fuerza moral y emotiva del film viene, en gran parte, además de por todo lo anterior, por unos jóvenes intérpretes que con poco pero con mucha naturalidad dan las claves de su carácter y deseos vitales: mientras todavía quieren jugar, son capaces de sacrificarse por los demás y de ser fuertes y leales a sus valores. Con toda justicia, el reparto completo se llevó el Premio un Cierto Talento en Cannes.

Firma: Lourdes Domingo