La juventud

Imposible olvidarse de la anterior cinta del italiano Paolo Sorrentino (La gran belleza) por la que obtuvo en 2014 el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa, un Globo de Oro, un BAFTA y el Premio del Cine Europeo.

Filmada en Suiza, con algunos planos en Venecia, Londres y Roma, La juventud es la séptima película de este director.

En su concepto ampuloso del cine, que ya marcó en su anterior y galardonada obra, Sorrentino, pese al título de este nuevo film, intenta ofrecer al espectador, y casi siempre lo consigue, una definición fílmica de todo lo contrario, aunque sea en un marco escenográfico de alta calidad y en un Hotel de Gran Lujo rodeado de nevadas montañas.

Grandilocuente, efectista y en ocasiones sensiblera, la obra de Sorrentino desgrana en impactantes planos, algunos de ellos demasiado significativos, los tristes efectos de la decadencia corporal de la raza humana, con sus efectos progresivos en el intelecto. Eso sí, este director lo hace a través de la realidad sensorial de dos individuos que, en sus momentos de gloria, figuraron con letras de oro en los carteles de sus respectivas profesiones artísticas y anclados, ahora en su senectud, en un paraíso de lujo y seducción que no deja de recordarles su auténtica situación vital.

Michael Caine (actor con una extensa y notable filmografía a sus espaldas) y Harvey Keitel -amparados por una excelente definición escenográfica (que en ocasiones recuerda algunas secuencias de La Montaña Mágica)- intentan, a través de sus personajes y a fe que lo consiguen, transmitirnos esta sensación de vaciedad existencial. Mientras, por contraposición, el mundo que les rodea parece seguir por nuevos caminos en los que “la juventud” es protagonista principal a extramuros de sus respectivas vidas y menesteres.

Afortunadamente, al principio de la cinta, una canción nos ofrece un magnífico ejemplo de esperanza y futuro que no deberíamos desaprovechar: “Gracias a tu amor adquiero nuevas fuerzas para sobrevivir”. Pues eso.

Firma: Joaquín Guitart