Los amantes pasajeros

Después de La piel que habito, Pedro Almodóvar retorna a la comedia con Los amantes pasajeros, a pesar de que el guión estaba escrito antes que el film protagonizado por Antonio Banderas y Elena Anaya.

Con una voluntad expresa de volver a la estética y argumentario que marcaron sus comedias de los 80 (Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón o Mujeres al borde de un ataque de nervios), el director manchego estrena uno de los títulos que más rápido se desinflarán en la cartelera, la crítica y el boca-oreja, a pesar de su trabajosa e intensa campaña de comunicación.

No hay tramas articuladas, no hay personajes, no hay drama, no hay comedia, ni existe, como se anunciaba, un discurso de denuncia política. Es decir, parece que hay un guión, pero tan sólo se escuchan diálogos que flotan sin conexión. Parece que hay personajes, sin embargo el espectador sólo contempla un conjunto de los peores estereotipos almodovarianos, despojados de toda humanidad y verosimilitud. Parece que hay drama (el avión está averiado e incluso los pasajeros llaman para despedirse de sus seres queridos y arreglar asuntillos), no obstante a nadie le importa emocionalmente lo que les suceda a los protagonistas. Parece que hay comedia y tan sólo se intentan hilar, sin éxito, un conglomerado de gags que pugnan por hacer menos gracia que el anterior y subir un escalón más en la obscenidad. Y el supuesto tono contestatario del film no llega ni a macguffin.

Vacío y falta de ideas son los dos conceptos que transmite Los amantes pasajeros. Un buen elenco de actores desaprovechados y unos cuantos euros lanzados por la escotilla.

Firma: Lourdes Domingo