Maps to the stars

Con un reparto bastante digno y unas actuaciones logradas, el canadiense Cronenberg se planta ante el público con un filme que no escatima en insultos, humor macabro e imágenes explícitas para ahuyentar cualquier resquicio de envidia que el espectador pudiera sentir hacia quienes se mueven dentro de la meca del cine. Todo con ese estilo con tintes de autor, de encuadres extraños, saltos de eje y fallos de raccord. 

Como si de El crepúsculo de los dioses se tratara, Cronenberg nos introduce en un agónico torbellino. La cuestión de fondo es la idolatría: cuando un famoso se autoconsidera un dios, la estrepitosa caída es inevitable. De este modo, las personas locas por alcanzar la gloria terminan siendo seres acomplejados, con cien mil excentricidades y exóticos adornos en sus solitarias casas. Un verdadero infierno en el cual las drogas -es triste decirlo- no son más que una guirnalda, una condecoración que simplemente expresa de forma visible el desorden y sinsentido que atenaza a esos personajes. Lo mismo cabe decir del peldaño último de esta desesperación: el sexo como puro desahogo, como última baza para tratar de alcanzar esa felicidad a la que nadie renunciaría pero que nadie, a fin de cuentas, es capaz de darse a sí mismo. 

En cierto modo, la poca «elegancia», llamémosle así, de algunas escenas (un trío en la cama, una mujer en el retrete) puede entenderse como planeado para provocar asco y aversión; algo que casi siempre busca Cronenberg en sus películas. En Maps to the star, esta repulsión y rechazo se experimenta tanto por la escena en sí como por la mentira que trata de denunciar (la cultura de la imagen, a fin de cuentas), y sólo puede merecer la pena si hace aflorar la pregunta: ¿tiene algún fundamento la devoción por los personajes mediáticos?

Una película de fondo interesante, con algunas tramas reveladoras (como la del joven actor) y algunos giros que dejan sin aliento. Con un humor especialmente macabro y el cinismo como ingrediente mayoritario, es la historia de un puñado de desgraciados que, curiosamente, no dejan de repetir unos versos que hablan de la libertad. La gran desconocida. 

Firma: Josepmaria Anglès