Maravilloso Boccaccio

Tras la profunda, bella e impecable César debe morir, los hermanos Taviani dejan a Shakespeare para encarar a otro de los mitos de la literatura universal: Giovanni Boccaccio y su Decameron. Sin embargo, todo lo que en la anterior era fuerza y humanidad contenida, en fondo y forma, es ahora desequilibrio, caos e incluso cierta torpeza.

El Decameron recoge cien cuentos o novelas cortas de las que los Taviani han escogido cinco para este film (del mismo modo que ya hiciese Pasolini en su adaptación de la obra en 1971). Mantienen la estructura de los jóvenes que huyen de la peste a una casa de campo y se cuentan las historias para pasar el tiempo y distraerse de la tragedia.

La puesta en escena es correcta, utilizando una gama de colores que se va aclarando y volviendo más viva conforme se alejan de la peste y los jóvenes recuperan la alegría. Los paisajes de la Toscana son, como siempre, un regalo para la vista y un escenario adecuado para los devaneos amorosos que nos cuentan.

La reconstrucción histórica y artística está muy cuidada y la representación del costumbrismo florentino inspirado en los cuadros de Masaccio o en las elegantes y nerviosas figuras femeninas de Botticelli funcionan como “tableau vivant” pero acaban constituyendo una rígida serie de cuadros o estampas con muy poca fluidez narrativa.

No ayuda tampoco que los Taviani hayan escogido para interpretar a los jóvenes protagonistas a un grupo de actores noveles excesivamente afectados y con una teatralidad exagerada que convierten la película en algo muy artificial y postizo.

Superada la primera impresión, bella y dramática a la vez, las historias de este Decameron reducido se arrastran sin tensión ni espontaneidad hasta un agradecido, liberador (e igual de poco creíble) final.

Firma: Esther Rodríguez