Mi hija, mi hermana

Thomas Bidegain es uno de los guionistas habituales de Jacques Audiard (Un profeta, De óxido y hueso, Dheepan). En esta ocasión, debuta como director con un film que no esconde su pasión por el western y que revela una maniobra de encaje de su guión con el de The searchers (Centauros del desierto) de John Ford y con uno de los principales conflictos que vive el mundo contemporáneo.

Con tal objetivo, a Bidegain le ha salido una propuesta altamente estilizada, que se resiente en su capacidad de emocionar y calar hondo en el espectador. No es que Mi hija, mi hermana no aborde cuestiones importantes que ya latían en el aclamado clásico de Ford. De hecho, la ausencia y la búsqueda del ser querido, el prejuicio racial y social y la laceración del resto de relaciones humanas por culpa de un dolor intenso son clave en el argumento, como también lo son algunos elementos narrativos que se copian del mismo film de 1956: las paradas en el camino que dan lugar a secuencias con informadores, los peligros del territorio inhóspito, las significativas elipsis, la presencia ordenadora del hogar (una casa de tintes explícitamente rústicos), el papel de las cartas y el propio encuadre del espacio fílmico.

Sin embargo, el director francés se encuentra atrapado en su premisa con lo que, en realidad, emergen tres películas según las épocas retratadas, en las que se percibe un cambio de tono y registro. En este sentido, cada drama no tiene suficiente continuidad, precisamente, dramática y el desarrollo que les otorga el guion finaliza o se resuelve de forma algo abrupta.

A pesar de que es meritorio el esfuerzo y la complejidad humana y moral que Bidegain da a su historia y personajes, sobrevuela un aire de imposición intelectual bienintencionada que no gustará a algún espectador. No obstante, es de agradecer todo lo que Mi hija, mi hermana ofrece y que es poco frecuente en un drama familiar que también quiere ser geopolítico.

Firma: Lourdes Domingo