Naufragio

Pedro Aguilera elabora un crudo retrato de la condición humana a partir de una inquietante visión de la inmigración que confronta dos tipos de salvajismo presentes en el hombre: uno exótico, primitivo y misterioso, ilustrado a través de la figura de Robinson, el joven protagonista africano guiado por sus creencias y prácticas animistas; y otro más contemporáneo y “occidentalizado”, aunque tan o más irracional que el primero, que es fruto de una progresiva degradación de la humanidad, y que se representa en el film por la liberación de los instintos más animales de los miembros de la comunidad que acoge al extraño inmigrante.

El punto de partida es interesante, y obtiene buenos resultados en ciertos tramos del metraje. Pero, en general, el director se pierde con frecuencia entre una espesa nube de símbolos y soluciones formales demasiado pretenciosas, así como en una excesiva cantidad de pequeños conflictos, personajes y temáticas (entre las que se encuentran la violencia, el sexo y la homosexualidad, la locura, los abusos de fuerza y de poder, los malos tratos o la venganza), que se llevan a exagerados extremos al servicio de la idea  principal de la película. Todo ello crea un argumento y un resultado final un tanto difuso, complejo, abstracto y demasiado personal con el que puede ser complicado conectar.

La película supone el segundo largometraje de Aguilera, que basa su narración en una reacción frente a la clásica novela Robinson Crusoe de Daniel Defoe y a sus tradicionales y colonialistas ideas. Este nuevo Robinson invierte los pasos relatados por el autor inglés y acaba naufragando en una región desierta, no tanto de vida humana, sino de humanidad, un lugar carente de todo el idealismo que encontró Crusoe en su particular paraíso, penoso para el inmigrante y, también, para el hombre.

Firma: Juan Xipell