Perdida

Gillian Flynn adapta su tercera novela, en el que es su primer guión. Es autora de otros dos libros, de atmósferas similares que también se llevarán al cine, aunque ella no se encargue de la escritura. Flynn podría parecer una firmante de bestsellers de fácil traslado a la gran pantalla y escasa validez literaria. Sin embargo, esta escritora maneja bien los hilos de la caracterización psicológica y el cruce de narradores y focalizaciones. Eso sí, su estilo afanosamente trabado en lo argumental resulta áspero en las formas, sin lugar para escondrijos a las expresiones más duras o salvajes.

Por eso, este poso de pesimismo y de entrañas descompuestas se deja ver igualmente a lo largo del film, en un resultado poco agraciado por el camino rocambolesco que adoptan las tramas (con trucos de narradores no fidedignos) y el hiperbólico y caricaturesco que adoptan sus protagonistas.

David Fincher, que se colocó en primera fila al dar un nuevo giro al thriller con los pecados capitales (Seven), la batalla entre Brad Pitt y Edward Norton (El club de la lucha) o la aún más enmarañada Zodiac, tiene una carrera cargada de éxitos. Curiosamente, por los que ha recibido más premios no son relatos de suspense, sino dramas tan distintos como La red social o El curioso caso de Benjamin Button. En Perdida, ejecuta con nota una dirección y un montaje que acecha al espectador con incertidumbres, giros e información retenida a través de planos, encuadres y una fotografía que juega con el realismo caluroso del mediooeste y la perfección de las formas en Nueva York o la casa de los Dunne.

Sin embargo, la exageración a la que se somete a las claves del conflicto (con un juego de ratón y gato finalmente caprichoso y operístico) y un uso excesivo de la música (también descontrolada en volumen), acaban por tildar a Perdida de arrogante y fallida. Flynn y Fincher pretenden deconstruir el matrimonio, desgranar los aspectos que lo convierten en una cárcel y acentuar el valor del erotismo y la manipulación por encima de la entrega y la sinceridad. Todo ello lo envuelven con una acentuada crítica social (acertada en cuanto a los mecanismos mediáticos), una desmesurada longitud (149 minutos es ir de sobrado) y un halo de solemnidad en su narración que la hace demasiado autoconsciente y algo artificiosa.

Firma: Lourdes Domingo