Prêt-à -porter

Robert Altman (El juego de Hollywood, Vidas cruzadas) ha vuelto a arremeter contra otro mundillo profesional. Si ayer lo hiciera en torno a la Meca del Cine (de la que él es un outsider como productor y creador independiente) y sobre la vida cotidiana en Los Ángeles, ahora le ha tocado el turno al sofisticado mundo de la moda. Y a tal fin, ha contado con la colaboración de varias generaciones de actores: desde los que encabezan el reparto hasta Marcello Mastroianni, Lauren Bacall, Jean-Pierre Cassel, Julia Roberts, Stephen Rea o su habitual Tim Robbins, pasando por la almodovariana Rossy de Palma y la pequeña Linda Hunt, por no hacer exhaustiva la lista.

Sin embargo, lo más destacable de Prêt-à-porter (en USA ha tenido que cambiar el título por Ready to Wear y problemas de clasificación moral) es el estilo coral que caracteriza a Altman como autor, con sus largos planos-secuencia, además de ese continuo y alocado entrar y salir de personajes que ya inició en Nashville (1975). Realizada en escenarios naturales parisinos, logra momentos de gran brillantez en algunos desfiles de modas (como, por ejemplo, en la original secuencia del metro).

Obviamente, la película Robert Altman es una cruel caricatura del mundo de la alta costura. De ahí que junto a colaboraciones como la de prestigiosas firmas (Christian Dior, Nino Cerruti, Jean-Paul Gaultier, Gianfranco Ferré o Christian Lacroix), otros profesionales se han quejado o manifestado públicamente su rechazo al filme; y, en el caso de Karl Lagerfeld (de la casa Chanel), incluso ha demandado al productor-realizador. Así, prohibida su exhibición en Alemania, Altman se ha visto obligado a suprimir dos frases que se consideraron insultantes.

Sin apenas guión, al menos en lo que a intensidad dramática se refiere, el relato viene a ser (como refería con acierto el especialista Esteve Riambau) “una feria de las vanidades, protagonizada por el sexo, la ambición y el dinero”. Por otra parte, su hilo argumental y discurso crítico se presentan demasiado endebles, tanto que su autor parece incurrir en la misma superficialidad que intenta denunciar. Tampoco salen bien parados los periodistas (fotógrafos, reporteros y editoras de revistas de moda), ni los antiguos comunistas (en un guiño que protagoniza Mastroianni) o los homosexuales de ese sector, y se incide en burdas obscenidades que tienen su cúlmen en la parada final de desnudos complacientes, los cuales (pese al carácter simbólico-corrosivo que pretende el realizador) están muy próximos a la pornografía de lujo.

Por eso, la descarnada sátira de Robert Altman no pasa de la mera acidez, y apenas consigue (acaso porque los árboles no dejan ver el bosque) el mensaje connotado que dice pretender: la soledad de las top-models, como manifiesta en la película la famosa Cher.

Firma: Redacció