Ready Player One

Steven Spielberg retorna a la ciencia-ficción y al universo juvenil y lúdico que tan bien domina tras Los archivos del Pentágono. La historia parte de la novela de Ernest Cline y, además de su autor, la adaptación es obra de Zak Penn, un habitual de la saga Los Vengadores y X-Men, entre otros proyectos del estilo.

A pesar de que el director no ha participado en la escritura, lo cierto es que Ready Player One contiene elementos muy spielbergianos y tan protagónicos como el joven sin padres que escapa de una realidad dolorosa. Y desde luego, nadie como este cineasta –que ya se había consagrado como un gran relator en el Hollywood de los 80– para rodar un film plagado de referencias a la cultura audiovisual y popular de esa década. Películas, videojuegos, ropa e incluso estilo musical nos recuerdan que los años de las hombreras siguen siendo tendencia también en la ficción.

Por otra parte, la magnitud del proyecto –esos 140 minutos que acaban rellenando con batallas digitales y con la inversión en efectos– dejan claro que las miras están puestas en contentar a un tipo de espectador, mientras se revientan todos los canales del negocio. Esto se nota (y es una lástima) en varios detalles.

Por un lado, el peso que tiene el mundo de OASIS acaba lastrando la capacidad dramática de los personajes que, allí convertidos en dibujos generados en 3D, se dedican a saltar, correr y luchar por encima de desarrollar motivaciones o plasmar con dimensión sus conflictos. Y, por otro, ya en el mundo real el encaje de lo que abandera la supuesta resolución entre los universos paralelos es algo precario. Sin spoilers, simplemente se asemeja a esos relatos que denuncian la violencia gestando secuencias donde esta se explicita y muestra con cierto atractivo y morbo.

Ready Player One funcionará para quienes busquen nostalgia remasterizada en la era 3D y para los que acepten que el cine de pandillas puede evolucionar hacia una versión beta a la que le falta algo de emoción más allá del esquema.

Firma: Lourdes Domingo