Retorno a Brideshead

La novela de Evelyn Waugh es un clásico y un referente literario en todo el mundo. Aunque la primera adaptación no llegó hasta los años 80 con la convincente serie de la BBC, la MGM ya había ofrecido al propio Waugh adaptarla en la década de los 50, pero como no le gustó el guión el proyecto quedó más que paralizado.
 
Ahora, el director de La joven Jane Austen, junto a un par de guionistas duchos en adaptaciones literarias en la BBC y de la saga Bridget Jones (Davies) y en piezas de época como Brock, coautor de El último rey de Escocia, Charlotte Gray o Su majestad, Mrs. Brown.
 
Ambientada en la Inglaterra anterior a la II Guerra Mundial, la historia de Waugh, en sus propias palabras trata de “la influencia de la gracia divina en un grupo de personajes muy diferentes entre sí, aunque estrechamente relacionados”. Este complejo aspecto, en el aún más complejo microuniverso de personas que traza la novela, es todo un reto, que el libro alcanza a retratar, pero que la película de Jarrold tan sólo llega a esbozar. Y es que, aunque toda adaptación es complicada y, en cierto modo, arbitraria, algunas de las decisiones tomadas en la realización del film desvirtúan el equilibrio de posiciones vitales que Waugh sostiene en su obra. El más claro ejemplo es la práctica “decapitación” del personaje de Cordelia, que en el libro supone la vivencia más coherente y libre de la fe.
 
Salvados estos detalles, el espectador puede disfrutar de esa extraña disección del alma humana, de sus caídas y sus grandezas, y aunque hace más hincapié en las primeras –también las de aquellos que quieren poner unas puertas al campo que Dios no ha puesto-, Retorno a Brideshead no dejará indiferente.

El guión sabe mantener el ritmo interno y la realización se adapta al clasicismo de la época y a unos intérpretes que hacen vibrar sus personajes. Quizá el momento más brillante y magistral de los que construye Jarrold es la escena que sucede en el lecho de muerte de uno de los personajes. En ella, el guión y la realización saben desarrollar un momento de suspense externo e interno lleno de intensidad y profundidad, con algo tan, aparentemente, alejado de esos cánones de género.
 
En definitiva, un ejemplo, seguro que muy mejorable, de cómo el cine no debe tener miedo a hablar del alma humana y todos sus variados contornos.

Firma: Redacció