Spotlight

En el año 2002 The Boston Globe publicó una serie de artículos de investigación sacando a la luz los abusos sexuales a los que algunos sacerdotes de la diócesis habían sometido a numerosos menores a lo largo de veinte años. La denuncia no iba tanto contra los propios abusos sino contra la ocultación de los mismos que llevó a cabo el obispo con la connivencia de algunas autoridades judiciales y policiales. El rigor y la repercusión de su trabajo les hizo merecedores del Premio Pulitzer de 2003.

Spotlight sigue la estela de Todos los hombres del presidente y de otros films similares acerca de la tarea de los reporteros encargados de descubrir y revelar la corrupción de las instituciones.

El trabajo de Thomas MacCarthy siguiendo al equipo del Globe es impecable, gracias, sobre todo, a un elenco impagable y una cuidada puesta en escena en la que todos los ambientes (la redacción, los despachos de abogados, barrios de las víctimas o domicilios de los protagonistas) son creíbles y envuelven adecuadamente la trama.

El guion no resulta innovador ya que se limita a seguir con corrección las pautas de un género ya conocido: reuniones, entrevistas, carreras apresuradas en pos de una fuente, intervalos para mostrar retazos de la vida íntima de los personajes principales e intensas escenas con los testimonios de las víctimas.

Por otro lado, el desarrollo, de tan pulcro, puede resultar algo frío y a ratos incluso cansino. A la narración le falta tensión ya que exceptuando las escasas escenas, dramáticas y sobrecogedoras, en las que hablan las víctimas, todo resulta excesivamente distante o epidérmico. Por eso cobra tanta importancia el grupo de actores y, de entre ellos, los personajes interpretados por Keaton, Ruffalo y McAdams ya que soportan todo el peso dramático de la historia al tener un perfil más humano y con más matices. Ellos son los que de modo más claro muestran una verdadera preocupación por los que sufrieron los abusos.

De hecho, a la ya de por sí descorazonadora historia real, se une, para hundir más al espectador, ver cómo el interés del reportaje, según la intención de Marty Baron, el nuevo jefe del periódico, va más contra la Iglesia como institución que se dedica a ocultar las faltas de los suyos, que como denuncia del drama que sufrieron los menores y que tanta huella les ha dejado ahora de adultos. Esta variable humana queda tristemente relegada y solo defendida esporádicamente por los personajes antes citados.

A la película también le falta la tensión propia que este tipo de historias encuentran en las dificultades a las que tiene se que hacer frente. Generalmente, las grandes corporaciones investigadas envían sicarios violentos o amenazas de muerte y los periodistas ven su vida en peligro e incluso rozan la ilegalidad para saltar los muros infranqueables que les impiden acceder a la verdad. No hay nada de esto en Spotlight: consejos de amigos que piden que no dañen a la Iglesia o jueces y abogados que se hacen de rogar a la hora de suministrar información.

Por ello, es lógico que hasta el estreno, el film haya estado exento de escándalo. El cardenal Sean O’Malley, responsable de la gran institución denunciada declaró: “el estreno de la película puede ser especialmente dolorosa para las víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes. [Pero]: El reportaje de investigación de los medios sobre la crisis de abusos ha incitado una llamada de la Iglesia a asumir la responsabilidad por sus fallos y reformarse –para hacer frente a lo vergonzoso y oculto– y a comprometerse en proteger primero a los niños, por encima de cualquier otro interés”.

En definitiva, al equipo de Spotlight las puertas se les abrieron con relativa facilidad. Esto hizo que se rebajara la tensión narrativa, pero ayuda a su vez a centrar el grave asunto del que se habla.

Firma: Esther Rodríguez