Todos están muertos

El primer largo de Sanchís muestra un ojo fílmico destacable. El tejido estético es impecable, los clips ochenteros, la música, la atmósfera nostálgica de vinilos y pósters. Muy logrado. No así su guión, que de tanto abarcar se pierde saltando de un personaje a otro, trajinando protagonismos y arrastrando a los personajes de la luz a la sombra en giros poco encajados.

El papel de Angélica Aragón, la abuela que lucha por reflotar a una familia rota, ilumina las escenas y extrae del abismo a todos sus componentes, pero los ingredientes que articulan esta narración entran sólo con calzador. La santería, el fan interesado y la espeluznante sensación de que el centro de gravedad de la historia, siempre fuera de foco, es la relación enfermiza entre los hermanos, devasta un guión que de inicio prometía grandes cosas.

Firma: Anna Puigarnau