Tomorrowland: el mundo del mañana

Como ya hiciera en la saga de Piratas del Caribe, Disney se ha inspirado para su última producción en una de sus atracciones más vistosas y emblemáticas: la Ciudad del Futuro o Tomorrowland. Dicha atracción tuvo origen, a su vez, en la escenografía utilizada en la Feria Internacional de Nueva York de 1964, acontecimiento, con el que precisamente arranca la película que ahora se estrena.

Todo lo comentado da idea de la fuerte apuesta que ha hecho la mítica productora por sacar adelante una película que recupere la espectacularidad, la innovación, la euforia y el espíritu emprendedor y optimista que ha caracterizado siempre a la factoría Disney.

Como era de esperar, no se han escatimado medios económicos para crear unos ambientes (tantos los más cotidianos como los más futuristas) espectaculares y capaces de trasladar al espectador a un mundo de fantasía, en este caso anclado en la realidad por medio de la tecnología y de la ciencia aplicada al progreso de la sociedad. Curioso y gratificante, además, es que hayan utilizado la Ciudad de las Artes y de las Ciencias de Valencia como parte esencial del decorado. Y contar con George Clooney como protagonista y con Hugh Laurie como comparsa/antagonista da idea de las altas miras con las que se ha acometido Tomorrowland.

Todo este fabuloso envoltorio material y humano se pone al servicio de un mensaje optimista, claro y nítido. La película se centra en la ineficacia de las quejas y en la necesidad de emprender proyectos con los que, al menos, intentar solucionar los problemas de los que tanto protestamos. Para ello hacen falta personas soñadoras y valientes, capaces de no dejarse llevar por el desánimo, por la pereza o por las insidias de los cenizos. Realmente es un mensaje que hace muchísima falta en nuestra sociedad y es interesante que salga de unas pantallas de cine.

El problema es que entre estos dos pilares (la espectacularidad visual y el mensaje) no hay nada de interés o de peso cinematográfico; tan solo una frenética y agotadora sucesión de carreras, persecuciones, peleas (algunas excesivamente violentas para el público mayoritario al que supuestamente va dirigida la película), tecnología espeluznante y el galimatías lingüístico propio de la ciencia-ficción.

Con estos elementos el entretenimiento está garantizado pero, como comentaba anteriormente, el resultado es agotador y acaba diluyendo el fantástico mensaje. Escuchar desde el principio, y durante más de dos horas, una banda sonora intensa y apoteósica resulta muy cansado y provoca que el espectador pida el final de la cinta.

Es una lástima que el artificioso y brillante andamiaje oculte lo mejor que tiene la película: la escena en la que una exposición de sucesivas catástrofes choquen con la sincera insistencia de Casey en preguntar “¿y qué podemos hacer?”.

Firma: Esther Rodríguez