Un lugar donde quedarse (This must be the place)

Paolo Sorrentino estrena nuevo largometraje cuatro años después de triunfar en el festival de Cannes con Il divo, su obra más aplaudida hasta la fecha. Con una financiación enteramente europea, el director italiano ha rodado por primera vez en inglés y ha ambientado, en gran parte, en los Estados Unidos, un film que toma su título de una canción de los Talking Heads, en el que ha podido contar con un buen reparto de actores americanos encabezado por un excelente Sean Penn, cuya actuación merece ser abordada y valorada a partir de la autenticidad de la versión original.

Sorrentino propone una película extraña y pausada, que comienza como el extravagante y apático retrato de un hombre aislado, distante y consumido, para ir construyendo lentamente y a base de pinceladas sueltas, los pilares del clásico relato de redención y afirmación personal que en tantas ocasiones ha encontrado en la road movie su mejor definición. Clásico en su fondo, ya que formalmente, Un lugar donde quedarse no pierde en ningún momento su tono grotesco y patético, y deja que la historia transcurra entre apuntes irónicos, absurdos y surrealistas que dan pie a lo mejor de la película, aunque también sus principales defectos.

Reflexiva, diferente y un tanto excesiva en su enfoque, la cinta aborda con un atrevimiento algo pretencioso (que difícilmente convencerá a parte del público y que hacen pender de un hilo al film en más de una ocasión) grandes y fundamentales cuestiones como el perdón, la familia, el pasado, la madurez, la venganza o el propio Holocausto. Aun así, pese a su resultado irregular, la propuesta es innegablemente interesante, aunque sus rarezas la hacen difícilmente recomendable a nivel general. Cuenta, además, con una atractiva banda sonora con temas clásicos del rock que acompañan al singular carácter del protagonista en su camino y una actuación-cameo de todo un David Byrne.

Firma: Juan Xipell