Un minuto de gloria

Hace dos años, la realizadora búlgara Kristina Grozeva sorprendió al presentar La lección, su primer largometraje. Con una efectiva combinación de fuerza y sencillez y partiendo de una situación cotidiana, mostraba un profundo conocimiento de los dinamismos profesionales y familiares que manejan los seres humanos en cualquier punto del planeta.

Ahora, en Un minuto de gloria, repite equipo de guionistas y protagonista (fantástica en ambas Margita Gosheva) dando un paso hacia adelante en su retrato de una Bulgaria post-comunista cuyos habitantes no parecen diferenciarse mucho del resto de pobladores del planeta.

Grozeva se atreve con un punto de partida que nos recuerda en muchos aspectos al Capra de Caballero sin espada o Juan Nadie, y no duda en salpicar su relato con acertados detalles de humor (bastante negro) que agilizan la narración y la hacen llevadera cuando la trama se va endureciendo.

El guion se ocupa de que las historias se entremezclen con mesura y claridad, sin precipitación, pero sin perder el pulso firme en ningún momento. Con sutileza nos va enredando en los hilos de la corrupción y de la deshumanización de un servicio público que es, en realidad, un abuso de poder y una desconsideración de los derechos de los ciudadanos. Sin agresividad, pero sin piedad, se plasman las consecuencias que nuestros actos tienen en la vida de los demás aunque en la mayoría de los casos no se hagan con mala intención ni se sea consciente del alcance de cada decisión.

A pesar del tono simpático, Grozeva se decanta por una visión demasiado fatalista, subrayada por la sincera fotografía de Krum Rodriguez; lo que puede dejar algo insatisfecho al público. Sin embargo, nada resta calidad ni hondura a esta buena historia y mejor película.

Firma: Esther Rodríguez