Un otoño sin Berlín

Desde el principio del film queda patente el entusiasmo y la audacia con los que Lara Izaguirre ha emprendido este proyecto. En su primer largometraje, esta joven realizadora utiliza sin miedo largos planos silenciosos de autobús, tensos momentos de espera con el intermitente y enervante sonido del portero automático o una natural estampa costumbrista en la caja de un supermercado. Con pequeños detalles de ambientación y gran sobriedad de diálogos, el espectador pronto se ve inmerso en medio de este amable y natural drama romántico.

El público se deja arrastrar con gusto, atraído por la serena y fuerte personalidad de June, pero sobre todo por la intriga del pasado de la pareja y la incertidumbre del futuro. La simpatía del pequeño Nico y la impresionante y discreta interpretación de Naiara Carmona en el papel de Ane. Todo resulta cercano y muy humano, incluidas las “rarezas” de Diego.

Sin embargo, el pulso con el que arranca el film y los grandes aciertos en la narración del desarrollo no pueden ocultar cierta inconsistencia del guión y algunas debilidades propias del autor novel.

Izaguirre juega, para intensificar la intriga, con la ausencia de datos sobre el pasado de la pareja o el origen del extraño comportamiento de Diego. Sin embargo, ese desconocimiento dura demasiado e impide que el espectador entienda y empatice con él. El público no sabe bien de qué se tiene que alegrar o entristecer, si se tiene que poner de parte de alguno o si lo de Berlín nos tiene que gustar o no. Y entonces pasa lo peor que le podía pasar a este film, que el espectador empieza a mirar a los personajes como algo ajeno y el drama pierde interés personal. O simplemente desconecta y espera tranquilamente a que el último y larguísimo plano dé por finalizada esta película.

Firma: Esther Rodríguez