Un toque de violencia

Un toque de violencia sorprende desde el principio por su realismo y, sobre todo, por la capacidad (fruto de un esmerado trabajo de producción) de trasladar al espectador a los escenarios en los que se desarrollan sus historias.

A lo largo de su metraje (excesivo, por otra parte) paseamos por diferentes paisajes que reflejan la realidad de la China actual. Pueblos desolados o en ruinas, ciudades en construcción, medios de locomoción que van desde la tracción animal al tren bala… Todo ello nos muestra la mezcla de tradición y modernidad, de desarrollo y atraso, de rebeldía y conformismo que tan graves crisis está provocando en las gentes de ese legendario país. El director ha sabido captar y transmitir el frío, no sólo atmosférico, que se cuela entre los personajes subrayando su soledad y su desconcierto.

Este estupendo trabajo de dirección artística va perdiendo fuelle, sin embargo, en la medida en que el guión también lo pierde. La primera de las historias, la del minero reivindicativo, es perfecta en todos los sentidos, desde la descripción del personaje hasta la interpretación. Las otras tres, siendo interesantes, están más desdibujadas, se extienden demasiado en el tiempo y necesitan cargar más (aún) la mano en lo violento, e introducir lo sórdido, para levantar el interés del espectador.

Lástima no haber mantenido durante todo el film la fuerza, la sinceridad y la sobriedad con la que nos cuenta la historia del valiente Dahai.

Firma: Esther Rodríguez