Villa Touma

La difícil situación que atraviesa Oriente Próximo desde hace más de medio siglo hace que las películas que vienen de allí se reciban siempre con interés y cierto grado de admiración, dado lo difícil que tiene que resultar sacar adelante proyectos culturales entre tanta guerra y pobreza. Se agradece además que no giren siempre en torno al conflicto político/bélico, sino que muestren el quehacer cotidiano de sus gentes, sus tradiciones o costumbres y las pequeñas historias que se viven día a día.

Este se supone que es el caso de Villa Touma, cuyo título hace referencia al mircrocosmos donde se desarrolla el drama cotidiano de cuatro mujeres ajenas a todo tipo de conflicto político excepto en la medida en que afecte a sus finanzas o a su clasista modo de vida. Sin embargo, resulta muy difícil para el espectador penetrar en ese ambiente y mirar con naturalidad a unas mujeres de edad indeterminada, vestuario anacrónico, nula humanidad, religiosidad inexistente y diálogos esporádicos e inexpresivos.

La trama, en absoluto novedosa salvo por su emplazamiento, recuerda a denuncias ilustradas, como las del El sí de las niñas de Moratín, comportamientos postizos decimonónicos o intensos dramas de Lorca, pero ninguno de esos aspectos concuerda con una Palestina en pleno siglo XXI que es donde, sin muchos datos, se supone que se desarrolla el film.

No resulta verosímil la sumisión a convencionalismos sociales fuera de época (y que no se ven en el resto de familias del entorno), o extraños comportamientos como el protocolario té que organizan las tías de Badia y en el que ellas mismas se muestran incapaces de llevar una conversación.

Puede ser un acierto que la película se empape de la rigidez de la que hacen gala sus protagonistas, y el final concentra todo lo positivo del film por lo que tiene de sorpresa, pero su lentitud y el desconcierto que provoca su inverosímil guión la convierten en un exasperante ejercicio audiovisual.

Firma: Esther Rodríguez