Artículo: compras realizadas por menores

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Hace un tiempo dio mucho que hablar una noticia que hacía referencia a una niña de seis años que desbloqueó el smartphone de su madre. Para ello, utilizó la huella dactilar de su dedo mientras dormía, realizando trece compras seguidas en Amazon por valor de 250 dólares, todas ellas relacionadas con Pokémon y diversos accesorios.

Anteriormente, los medios ya se habían hecho eco de otros casos sonados como el de un niño que gastó más de 1.000€ en dónuts virtuales en un juego de Los Simpsons, o el de otro que con solo cinco años gastó 2.000€ en el juego ‘Zombies vs Ninjas’ para iPad.

Todo esto puede resultar anecdótico y algo rebuscado, pero la realidad es que no son pocos los adultos que se llevan disgustos a causa de los dispendios efectuados por sus hijos pequeños. En la mayoría de ocasiones, los menores no son conscientes de estar pagando online debido a las “facilidades” ofrecidas por las plataformas, que camuflan muy bien sus propuestas. De hecho, a raíz de comentar esta noticia hemos conocido otros incidentes cercanos que, sin llegar a ese extremo, tienen un nivel de semejanza mayor al que se podría prever.

Uno de estos sucesos venía protagonizado por un niño de siete años que también dio lugar a un sobrecoste inesperado en la cuenta de sus padres. Su hazaña fue adquirir con el terminal de sus padres diversos juegos en el Google Play. Sin embargo, lo curioso es que estos cargos aparecieron en la factura de la compañía del operador telefónico de turno, algo que llama la atención sobremanera. ¿Cómo puede ser que el operador facture por unas operaciones realizadas en la plataforma de un tercero? Por lo que hemos podido observar, parece que se trata de un servicio que se activa automáticamente, ya que los progenitores en ningún caso eran conscientes de ello ni lo habían solicitado. Al fijarse uno en la “letra pequeña” del contrato de turno, resulta que el titular de la línea acepta dicho servicio por defecto y, así, luego no hay opción de reclamarlo. Sin duda, es un tema que habrá que investigar y profundizar en lo sucesivo, pues estamos ante una clarísima mala praxis.

Lo peor es que muchas de estas compras vienen “camufladas” o no resultan evidentes para los jóvenes internautas. Estos se produce sobre todo en juegos que en apariencia son gratuitos, pero que luego incorporan micro-pagos a cambio de vidas, de mejoras o de complementos para los mismos. Además, con frecuencia, esta estrategia se disfraza como un sistema de puntos o similar para evitar hacer referencia directa al precio real que implica. Lo que está claro es que cualquier venta online debería ser suficientemente explícita y manifiesta, así como contemplar medidas de seguridad para el momento de confirmar el pago. Estos modelos confusos, llamados free-to-play, son de lo más habitual: no se señalizan ni disponen de controles de acceso para impedir estas situaciones a los menores.

Adicionalmente, los padres se encuentran con problemas a la hora de anular dichas adquisiciones o materializar las correspondientes reclamaciones: no existe un marco legal claro que les proteja frente a este tipo de transacciones no voluntarias. En el incidente de la noticia con la que empezábamos el artículo, cuatro de los trece productos fueron devueltos, el resto ya habían sido despachados y terminaron siendo los regalos de Navidad de la protagonista. Los padres rehuyeron entrar en reclamaciones que generalmente no llegan a buen puerto.

Son evidentes las carencias relativas a los sistemas de control para evitar que el consumidor infantil pueda acceder a realizar gastos indeseados. Varias de las sentencias de tribunales en Estados Unidos y en Europa han obligado a Amazon, Apple o Google a devolver el dinero de compras efectuadas por menores de edad a través de aplicaciones móviles. Atención a la cifra, ya que Apple ha desembolsado hasta 100 millones de dólares en devoluciones por este tipo de accidentes. Imaginaros cómo de ser el volumen real, si tenemos en cuenta las compras que no han sido devueltas o reclamadas con éxito.

De todas formas, los padres que dejen el terminal a sus hijos para jugar deberían tomar precauciones acerca de lo que hacen con ellos. No obstante, conviene eludir males mayores implementando medidas especiales como una cuenta separada para los gastos de adquisiciones online o una tarjeta con un tope diario. Del mismo modo, no estaría mal plantearse el bloquear la conectividad a internet cuando se les preste el smartphone. Incluso hay aplicaciones que permiten configurar el terminal para obstaculizar este tipo de micro-pagos.

Sin llegar a estos niveles, también son frecuentes los casos en que el menor, “trasteando” con el dispositivo, envía mensajes por WhatsApp a nuestros contactos o contesta de forma disparatada a mensajes que nos entran mientras están jugando, con la sorpresa para el interlocutor correspondiente. Aunque la situación no es la misma, sí que ambas (las compras y los usos comprometidos) nos alertan y recuerdan que la tecnología no es un chupete tranquilizante. Es un instrumento para unos fines concretos. Cuando este circuito se altera, el consumo de algo sano puedo convertirse en algo tóxico.