El día de mañana

Basada en la novela homónima de Ignacio Martínez de Pisón, El día de mañana es una ficción compleja en su contenido, elaborada en su montaje, bonita en su fotografía, singular en sus personajes y genial en su ambientación. Se compone (al estilo de Guante blanco) con idas y venidas temporales, con testigos que narran en pasado y con las vivencias de los protagonistas.

Como telón de fondo (y de forma), la dictadura franquista es el caldo de cultivo que propicia esta historia. Es sabido que las épocas convulsas originan historias complicadas. En El día de mañana, las buenas intenciones de sus protagonistas se diluyen entre la necesidad, la cobardía, el afán de poder o las ideologías extremas.

Si hay algún aprendizaje en esta serie, sería el comprender que uno puede alcanzar la felicidad si se decide a no ser nunca la causa del sufrimiento de otro. De esta forma, ni partidos políticos, ni religiones, ni identidades sexuales, ni ideologías, ni el dinero, ni el poder serían excusa para el egoísmo. Vaya por delante que la flaqueza del ser humano forma parte de su naturaleza, no obstante la redención, el pedir perdón y el perdonar, también están al alcance del que se lo propone.

De hecho, la historia de Justo Gil parte de una mala decisión que se verá agravada por otras tantas actitudes equivocadas –suyas y de otros–. Nadie es inocente en El día de mañana y todos, a su manera, contribuyen en la construcción defectuosa del futuro. Es un relato de sombras que se mueven entre las sombras y, a pesar de su acertado tono humorístico, el resultado emana una tristeza duradera.

La fuerza de los personajes es indiscutible. Desde el propio Justo hasta Hilario, pasando por Mateo y el comisario Landa, todos ellos aportan la energía necesaria para seducir al espectador. Y algunos de ellos protagonizan grandes momentos (como la inesperada entrada de Landa a la comisaría de Vía Laietana). Justo, por su parte, es de esos antihéroes con los que es fácil empatizar y, sobre todo, quieres que las cosas le salgan bien. Se descubre en él un fondo de bondad, ingenuidad, desesperación y cierta locura; lo que impide saber realmente quién es ese Justo Gil.

Como es habitual, la sugerencia brilla por su ausencia y el desmadre sexual se rebela sin tapujos, lo que aparta de este producto a la audiencia más joven, que podría disfrutar de un título emocionalmente complejo e interesante. También se aprecia el oportunismo para posicionarse sobre temas ideológicos, pero es difícil mantenerse al margen cuando uno se mete en este jardín.

Al final, y salvando los obstáculos citados, El día de mañana es una experiencia audiovisual que hace reflexionar, que entusiasma y decepciona, que conmueve y con la que puede disfrutar el público adulto (si va en busca de algo más que acción y comedia ligera en la pequeña pantalla).

Firma: Mar Pons