Desafío Everest, la barrera de la muerte

Jesús Calleja conduce, con su natural desenvoltura, este espacio en el que van íntimamente relacionados los dos géneros de moda, el concurso y el reality. Desafío Everest se planifica como un programa en el que entran en competición diversos aspectos que, sin duda, buscan atraer a la audiencia mayoritaria. El reto físico de superar los propios límites, el trabajo en equipo, la nominaciones para eliminar a un compañero, las situaciones tensas de un deporte de riesgo en un hábitat desconocido para los participantes, los caracteres enfrentados y una carga nada despreciable de competitividad otorgan a los guionistas la oportunidad de realizar un producto con muchos alicientes televisivos.

Para los amantes de las escalada, el programa regala momentos interesantes. Para los amantes del reality, la carga emotiva y los desencuentros conforman una buena parte del guión y, para los amantes de los concursos, en cada entrega se incluyen dos pruebas.

Desde el punto de vista del espectador algo más exigente, este espacio, que podría ser una buena oferta de ocio audiovisual, se ve empañado por el mediocre contenido que aportan los diferentes concursantes con sus delirios, sus discursos apologéticos, su exigencia por sobresalir y la necesidad de vivir y de expresar delante de una cámara su experiencia catártica.

El tono humano, que se respira en las primeras entregas, deja poco margen para que el espectador disfrute de una propuesta novedosa o admirable. La simpleza de lo vulgar y la falta de elegancia en el carácter, en los modismos y el los hábitos de algunos concursantes echan por tierra una aventura que podría ser edificante y constructiva.