El barco (T2)

En esta serie -que está rentabilizando los altos costes de grabación en alta mar gracias a la buena acogida por parte de la audiencia joven- los capítulos se estructuran de forma eficaz. En cada emisión entra en juego, a partes iguales (igualmente desmesuradas), la acción y las emociones.

Es destacable, y también agotador, que en cada entrega los supervivientes de Antena 3 estén a punto de morir, ya sea gracias a un ciclón, a unas algas mutantes o a cualquier tipo de virus o criatura que la mente humana sea capaz de imaginar, pero siempre sean capaces de salir airosos del atolladero. Como también es destacable, e igualmente agotador, la fluctuación de los sentimientos con los que los guionistas nutren unas relaciones que se tambalean de la misma forma que lo hacen las cámaras, cuando el barco afronta una tormenta descomunal.

El barco sigue siendo, después de su primera temporada, un producto muy flojo que, eso sí, aprovecha al máximo los clásicos recursos del culebrón que tan bien funcionan para atraer a la audiencia: emociones extremas, amores imposibles, caras bonitas y algunas escenas subidas de tono.

A todo lo anterior se le suma la falta de credibilidad de unas actuaciones nada convincentes, claro que a pocos actores se les puede pedir que saquen de donde no hay y los personajes que habitan en El barco son de lo mas vacío que puebla la ficción televisiva.

Para acabar, y por no convertir en esta crítica al Estrella Polar en el Titánic, se plantean dos preguntas para los guionistas: ¿para quien trabaja el malísimo Gamboa si no hay más supervivientes? y ¿cómo llegarán las próximas incorporaciones en las sucesivas temporadas?, ¿en submarino?

Firma: Mar Pons