MasterChef

Llega a España un formato emitido en más de 145 países. En esta ocasión los participantes de MasterChef deben competir con sus mejores platos para alcanzar el título y el premio final que otorga el programa.

La estructura es similar a tantos otros concursos de talent show en los que se valora la habilidad de los aspirantes. La cocina es el centro de atención del espacio y la elaboración de platos, tanto individuales como para gran cantidad de comensales, es el “ingrediente” principal. En cada entrega, los participantes se enfrentan al jurado con sus guisos y el que no consiga la aprobación de los jueces deberá abandonar el concurso.

Tan en serio se han tomado sus creadores este espacio que los árbitros afrontan su tarea con demasiada frialdad, haciendo que participantes y espectadores sufran más de lo necesario por una exageración estratégica de sus valoraciones y comentarios. Así, cada uno de los tres miembros del jurado ha adoptado un rol y lo defienden igual que si en ello les fuera la vida. A modo de detalle, llama la atención la cantidad de lloros que se suscitan y que los participantes deban responder con un “Sí, chef” o “No, chef” como si estuvieran haciendo el servicio militar en vez de participar en un espectáculo televisivo.

La gran prescindible de esta “escuela” de cocina es Eva González, una presentadora que ni pincha ni corta, entre tanto cuchillo, y que no sabe crear empatía ni con los concursantes, ni con sus compañeros, ni con el espectador.

Por otro lado, aunque el programa sigue y habrá que ver cómo evoluciona, se echa en falta un componente básico para un espacio que se emite en una cadena pública: el educativo. Con tanto conocimiento culinario como parece que hay en la academia de MasterChef, es destacable que sólo se ofrezcan las recetas a través de la web y que en casi dos hora que dura el programa, el espectador no haya podido rescatar más de uno o dos “consejillos” útiles para aplicar en casa.

La música tremendista, los efectos que buscan la exageración, los juicios contundentes y el montaje que realza los momentos más dramáticos son los habituales componentes que parecen imprescindibles en este tipo de formatos. Sin embargo, MasterChef podría, sin tanta manipulación, ofrecer un entretenimiento digno, ya que la idea es original y suficientemente atractiva. Lo malo es que se ha acostumbrado a la audiencia a un determinado ritmo audiovisual y ya no hay quien pare esta tendencia televisiva.

Por lo demás, La 1 ha logrado amenizar la noche con este programa que, al emitirse sin anuncios, cuenta con otro punto a su favor.

Firma: Mar Pons