Spartacus: sangre y arena

Spartacus: sangre y arena se ofrece como la gran serie que une lujuria, pasión y violencia, las tres bazas sobre las que se desarrolla una historia de guerreros basada en la venganza, el rencor y el deseo de poder.

El imperio romano, en todo su esplendor, muestra -sin pudor y con descaro- la visión más cinematográfica de una sociedad embrutecida por la avaricia, el sexo, la ambición de poder y la violencia más descarnada. No se ahorra al espectador ninguna escena por salvaje que sea. Incluso, la realización se recrea, utilizando la cámara lenta, en las secuencias más sangrientas.

Con una estética y textura que se reconoce en los videojuegos o en películas como 300 -no en vano se han aplicado todas las tecnologías al alcance del sector audiovisual-, Spartacus ofrece un espectáculo de dudoso gusto en el que se suceden escenas de acción y sexo sin más propósito que la exhibición, la provocación, el morbo y el erotismo.

En otro orden, el argumento sigue la vulgar pauta del guerrero preso que se convierte en gladiador y vive para vengar a su mujer humillada y esclavizada por los romanos. A pesar de querer recrear las hazañas del legendario Espartaco, bien podría tratarse de cualquier otro, pues la historia, embebida de tópicos, no ofrece nada original.

Ningún valor destacable en este esperpéntico producto que se adorna con un vocabulario plagado de expresiones y palabrotas que no existían en la época en la que se pretende ambientar la historia.

Los personajes, previsibles y con poca dimensión, sólo ofrecen un torso y un físico, demasiadas veces magullado y desnudado, a una figura que carece de alma, como en los videojuegos, y sólo existe para ejecutar un papel en una trama de cómic.

Lo único destacable, y poco meritorio a estas alturas, es el trabajo de vestuario, la ambientación y la buena factura visual. Pero, a pesar de la aplicación lograda de algunas técnicas 3D, molesta la falta de mesura en las salpicaduras de sangre, las mutilaciones y las heridas.

Firma: Mar Pons