Velvet (T4)

Hemos superado ya tres temporadas de una serie que propuso, en su inicio, una historia de amor entre telas, patrones y costuras pero que, sin embargo, acabó siendo un Dallas a lo hispánico (o sea, con menos estilo y más pretensiones).

Cuando en una serie se nos propone como hilo argumental principal el amor prohibido de la pareja protagonista cabe esperar que, si las temporadas se alargan, la agonía de los amantes también y, por extensión, la imaginación de los guionistas se pone a prueba en cada emisión. Lo que ha pasado con Velvet es que nació con fecha de caducidad y ni los productores, ni la cadena supieron cerrar a tiempo el chiringuito.

Como consecuencia del afán recaudatorio y de la poca capacidad innovadora de nuestras cadenas televisivas, los espectadores hemos soportado una de las historias de amor menos creíbles y más repetitivas de la historia. ¿Qué no ha sufrido la pareja protagonista? Entre Ana y Alberto se han colado los engaños, los amores de recambio, los malos entendidos, los embarazos, las venganzas, los accidentes… En fin, una retahíla de conflictos, todos ellos predecibles y ninguno sorprendente.

Para distraernos, se intercalan los vaivenes de un reparto coral que, no obstante, ha sufrido la misma suerte que la de los protagonistas y, lejos de llevarnos a nuevas historias, son el reflejo de la narrativa más tradicional. Es decir, que durante tres temporadas se ha repetido el mismo patrón con diferentes complementos.

A la serie se le reconoce el esfuerzo de ambientación, decorado y demás, aunque todo ello no consigue diluir la sensación de deja vú en cada emisión. La evolución de los personajes es evidente, no obstante también es endeble y no se descarta la posibilidad de que reaccionen a conveniencia del guión y no con la coherencia que les sería propia.

En definitiva, Velvet puede engatusarnos por diversos motivos y, si somos sinceros, el del corazón es el más evidente. Por su parte, la razón y el análisis nos indican que, por mucho que vivamos intensamente la historia, no estamos frente a un producto de excepción. En realidad, ni siquiera sobresale de la media.

Firma: Mar Pons